En 1915, en medio de la Primera Guerra Mundial, el gobierno de los Jóvenes Turcos decidió deportar al desierto a la minoría armenia del Imperio Otomano. En el camino murieron de hambre, cansancio, ahogadas y masacradas alrededor de un millón de personas. Hoy, la mayoría de los historiadores califica el hecho como un intento deliberado de exterminarlos. Sin embargo, Turquía con el apoyo de algunos de sus aliados prefiere evitar la «palabra con g». Hablan especialistas y la embajadora turca en Chile.
Por Juan Rodríguez M.
Impactado por los crímenes cometidos por los nazis contra los judíos y otros pueblos, Winston Churchill, el Primer Ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial, dijo que no había palabras para describir lo ocurrido.
Y no las había.
Hasta los crímenes de la Alemania nazi, el genocidio -acciones que buscan eliminar total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso- era una realidad sin una palabra. Eran atrocidades, barbarie, crímenes contra la humanidad, incluso se recurría a la Biblia y se hablaba de holocausto (no solo en el caso judío).
Sin embargo, en 1942, Raphael Lemkin -un abogado judío-polaco, especialista en derecho internacional- juntó la raíz griega «genos» (grupo) con el verbo latino «caedere» (matar), para dar nombre a lo que no tenía nombre: genocidio. ¿Por qué se interesó por este asunto», le preguntaron años después. El respondió: «Porque ha pasado muchas veces. Primero ocurrió con los armenios y después Hitler llevó a cabo el suyo».
¿Qué ocurrió con los armenios?
En 1915 el imperio otomano casi exterminó a su población armenia, concentrada principalmente en la parte oriental de Anatolia (donde llevaban unos 2.500 años). Las fotografías de la época muestran pilas de cadáveres, mujeres crucificadas, montones de cabezas sin sus cuerpos, niños desnutridos, masas dejando sus hogares con poco más que lo puesto, trenes abarrotados hasta a la asfixia. Los diarios de la época hablan de «horrores», y de que «se acusa a los turcos de elaborar un plan de exterminio de la población».
El próximo 24 de abril se cumplirán cien años desde que ocurrieron esos hechos. Sin embargo, todavía hoy Turquía niega que se haya tratado de un genocidio y lo atribuye, más bien, a daños colaterales propios de la Primera Guerra Mundial. Y algunos de sus aliados -como Estados Unidos, Israel e Inglaterra- secundan a la nación euroasiática evitando usar la «palabra con g» para calificar esos crímenes. Según dijo un diplomático turco en 2000: «La pregunta crucial es: ¿por qué los armenios no están satisfechos con las palabras ‘tragedia’, ‘catástrofe’ o ‘desastre’ e insisten en la palabra ‘genocidio’?»
Hay quienes dicen que la Primera Guerra Mundial fue el conflicto por la sucesión del Imperio Otomano. El Estado multiétnico y multiconfesional que en su apogeo llegó a regir en tres continentes -desde el sureste europeo hasta el medio oriente y el norte de África- llevaba alrededor de un siglo de progresiva decadencia, rematados en 1912 y 1913 con la pérdida de sus dominios en los Balcanes.
Era «el enfermo de Europa» y, su declive, «la cuestión oriental», recuerda Joaquín Fermandois, historiador de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
A fines del siglo XIX -en medio de ideas ilustradas y del surgimiento de los nacionalismos en Europa-, la minoría armenia del Imperio Otomano (unos dos millones de cristianos) comenzó a demandar igualdad de derechos frente a la población turca musulmana. En respuesta a esas reivindicaciones y manifestaciones, el sultán Abdul Hamid II ordenó a su ejército reprimir las protestas, con el resultado de 200 mil a 300 mil muertos entre 1894 y 1896.
Muchos lo consideran un antecedente de lo que ocurriría en 1915. También hubo una matanza de 30 mil armenios en 1909.
En 1908, con la idea de detener el declive del imperio, un grupo de reformadores, el Comité de Unión y Progreso (CUP), conocidos como los «Jóvenes Turcos», llegó al poder en una revolución pacífica que sacó al sultán. Tenían un discurso progresista, hablaban de instaurar una monarquía parlamentaria y de otorgar derechos a las minorías no musulmanas (griegos, armenios, asirios, judíos) para resolver las tensiones al interior del imperio.
Pero no era una visión unánime entre los revolucionarios.
En 1912, de la mano de los ministros o pashás Mehmet Talat, Ismail Enver y Ahmed Cemal, y luego de que el imperio perdiera los Balcanes asumió el poder el ala radical nacionalista del CUP. Y con ellos, el «turquismo» como solución a la decadencia del imperio, que proponía la unidad política, étnica y cultural de los pueblos de habla turca en un nuevo estado moderno. O sea, «un estado, una nación», según explica la historiadora argentina, y descendiente armenia, Nélida Boulgourdjian: «Pasaron del ‘otomanismo’, doctrina que reconocía la diversidad religiosa y étnica del imperio, al ‘turquismo’, promovido por los Jóvenes Turcos y que fue llevado a su máxima expresión por Mustafá Kemal (Atatürk), el fundador de la llamada Turquía Moderna».
La gran guerra
Para Fermandois, hay dos circunstancias importantes para entender el genocidio: la primera, que Turquía estaba en medio de esta revolución nacionalista. Turquía era un imperio multiétnico, «pero con la revolución esa visión cambia, pues los Jóvenes Turcos compartían el nacionalismo europeo de la época». La segunda, dice, es la guerra mundial y la «idea de que los armenios son más prorusos que proturcos». Se trata «de un nacionalismo exacerbado que se acerca al genocidio».
A fines de 1914, el Imperio Otomano entró a la Primera Guerra Mundial del lado de Alemania y Austria-Hungría, y a principios de 1915 invadió las zonas turcófonas del Cáucaso ruso. Sin embargo, fue aplastado.
Entre las fuerzas zaristas se encontraba un importante contingente de armenios rusos y, además, unos pocos armenios otomanos. Eso los puso definitivamente en la mira del triunvirato: eran traidores, un peligro para la estabilidad del Estado y «enemigos internos».
La primera acción fue desarmar y matar a los soldados armenios de su ejército. Luego, en marzo y abril de 1915, empezaron a salir los primeros grupos de deportados, y comenzaron, también, las primeras masacres.
El 24 de abril -fecha elegida por los armenios para conmemorar el genocidio- se apresó a la élite intelectual, política y religiosa. Eran entre 200 y 650 personas que, en su mayoría, fueron deportadas o asesinadas.
Ya sin el músculo (el 12 de mayo serán masacrados 12 mil soldados armenios) ni la cabeza, el mismo 24 de abril el gobierno decretó que todas las armas en manos de civiles debían ser entregadas. Si bien era una medida general, sirvió para allanar las casas, escuelas e iglesias de los armenios. Se apresó a los hombres adultos, muchos de los cuales fueron ejecutados: algunos eran amarrados en grupos de diez y luego se los arrojaba a los ríos Éufrates y Tigris.
«Es claro que la idea de los Jóvenes Turcos era crear una mayoría musulmana en Anatolia para evitar que ocurriera lo sucedido en la región balcánica», dice Nélida Boulgourdjian. Fue una política de «ingeniería demográfica», agrega.
En mayo se aprobó una ley que determinó que los refugiados turcos que provenían de los Balcanes ocuparan las propiedades «abandonadas» por los armenios. Y a fines del mismo mes se promulga la Ley Temporal de Deportaciones de «Personas Sospechosas» que agudiza la política de «turquización».
Los convoyes -principalmente ancianos, mujeres y niños- debieron caminar cientos de kilómetros a través de montañas y por el desierto, con casi nulas posibilidades de sobrevivir. Por eso, contra la posición turca que habla de traslado de una población enemiga en un contexto de guerra, se habla de una acción genocida: la mayoría quedó en el camino, por el cansancio y el hambre, o por los ataques de turcos y kurdos, pero especialmente de la Organización Especial, un grupo paramilitar creado en 1914 para exterminar a los «enemigos internos».
Los pocos sobrevivientes de las «marchas de la muerte» que llegaron al desierto sirio fueron recluidos en campos de concentración (unas carpas improvisadas), donde las condiciones de salubridad, las epidemias, el hambre y nuevas masacres mataron a más personas.
Las cifras varían, pero para el final de la guerra, según los cálculos más conservadores, habían muerto entre 600 mil y 1 millón de armenios (otros hablan de 1 millón y medio) y otras decenas de miles habían huido, especialmente al Cáucaso ruso.
Hay archivos franceses, estadounidenses, británicos, vaticanos, testimonios de diplomáticos y trabajadores, además de la prensa, que ratifican el genocidio. Y también están las palabras de Mehmet Talat al embajador estadounidense Henry Morgenthau: «Hemos liquidado ya la situación de las tres cuartas partes de los armenios». «No queremos ver armenios en Anatolia; pueden vivir en el desierto, pero no en otra parte».
Nacionalismo
«La situación para los armenios en el Imperio Otomano se había puesto complicada ya en las últimas décadas del siglo XIX», dice el historiador chileno y docente de la PUC, Juan Ricardo Couyoumdjian. Con «complicada», explica, se refiere a las matanzas de la década de 1890. «Es una época en la que afloran los nacionalismos, y los armenios, dispersos en el Imperio Turco y en la diáspora, también aspiraban a tener su propio país; pero también los turcos y los rusos buscaban nacionalizar sus respectivos imperios multiétnicos», agrega.
El historiador inglés Eugene Rogan -autor del alabado libro «La caída de los otomanos», donde estudia la Primera Guerra Mundial desde la perspectiva turca- apuntala esa visión. «Los armenios tenían todos los elementos de un movimiento nacionalista del siglo XIX -una lengua común, una identidad religiosa, una historia que se remonta a la edad media-, excepto uno: en ningún territorio tenían el peso demográfico para disfrutar de un gobierno mayoritario», explica a «El Mercurio».
De manera que, según Rogan, su única esperanza para ser independientes era tener el apoyo de una gran potencia. «Desde 1878, Rusia estuvo dispuesta a respaldar al movimiento armenio para aumentar su influencia en el territorrio otomano». Ello, agrega, creó tensiones entre turcos y armenios, expresadas en las masacres de 1890.
De ahí que le asigne una cuota de responsabilidad a Rusia en el genocidio «por exacerbar las tensiones entre turcos y armenios en la víspera de la Primera Guerra Mundial. En febrero de 1914, Rusia presionó al Imperio Otomano para firmar un plan de reforma que creó una zona autónoma en seis provincias de Anatolia oriental, que les dio igual representación a las poblaciones turcas y armenias: es decir, una cantidad desproporcionada de poder político a la minoría armenia (no más del 20% de la poblacion en esa zona)».
Hasta las potencias europeas mostraron reparos. «El plan puso en riesgo las vidas de cientos de miles de civiles armenios que en ningún sentido estaban comprometidos en actividades políticas, sino que habían vivido junto a la mayoría musulmana por generaciones», dice Rogan.
Sin embargo en «‘They Can Live in the Desert but Nowhere Else’. A History of the Armenian Genocide», Ronald Suny, profesor de las universidsades de Michigan y Chicago, rebate la tesis del choque de nacionalismos. Él cree que las circunstancias específicas -la «guerra, la desintegración social, la invasión de los rusos y los británicos, y la deserción de algunos armenios que se pasaron al lado ruso- llevaron a los turcos a imaginar que los armenios eran enemigos y una oposición radical al régimen, a partir de lo cual se embarcaron «en la más viciosa forma de ‘securitización’ e ingeniería social». El «genocidio no tuvo motivaciones religiosas ni fue una lucha entre dos nacionalismos en pugna, uno de los cuales destruyó al otro, sino más bien la patológica respuesta de líderes desesperados».
La diáspora
La actual República de Armenia -independendiente desde 1991, ubicada en el Cáucaso sur, sin salida al mar- tiene alrededor de 3 millones de habitantes. Según cuenta Nélida Boulgourdjian, otros 8 millones de armenios viven en la diáspora (hay una activa comunidad en Chile).
A pesar de la posición turca y de la política de sus aliados, la mayoría de los historiadores concuerda en calificar a lo ocurrido en 1915 como un genocidio. Incluso algunos intelectuales turcos, como el historiador Halil Berktay, el escritor Orhan Pamuk (juzgado por «insultar y debilitar la identidad turca») o el periodista Hrant Dink, que fue asesinado en 2007, han defendido esa posición.
«En cuanto al no reconocimiento del genocidio por parte de Turquía, uno podría sospechar que ello empañaría la figura de Ataturk, el padre de la Turquía moderna y héroe nacional; también podrían temer el costo económico de la reparación de los agravios. Quizás más decisivo sea que las potencias occidentales, y en particular los Estados Unidos, necesitan a Turquía como aliado en el Medio Oriente, y no están dispuestas a presionar a los turcos en un tema que les resulta sensible», opina Couyoumdjian.
Mas, luego del fin de la Primera Guerra Mundial, los pashás Mehmet Talat, Ismail Enver y Ahmed Cemal fueron juzgados en ausencia en Turquía (habían huido) y condenados a muerte por sus crímenes. Pero no fueron extraditados y, finalmente, activistas armenios los asesinaron. Con el tiempo, la fundación de la Turquía moderna, la Segunda Guerra Mundial, los problemas en Medio Oriente y la Guerra Fría, las promesas de juicio fueron olvidadas.
En 1939, cuando la Alemania nazi se preparaba para invadir Polonia, Adolf Hitler dijo a quienes tenían resquemores: «¿Quién habla hoy aún del exterminio de los armenios?».
RECUADRO:
Naciye Gökçen Kaya, embajadora de Turquía en Chile, expone los argumentos de su país:
«Los años 1912-1922 constituyen un horrible período para la humanidad, no solo para los armenios».
«Armenia ha intentado liberar y aislar su historia de las complejas circunstancias en las que estuvieron envueltos sus ancestros», dice Naciye Gökçen Kaya, embajadora de Turquía en Chile. «Los héroes son siempre cristianos y los villanos siempre musulmanes. […] Los armenios implicados en este juicio eligen su evidencia cuidadosamente, omitiendo toda la evidencia que exhonera a aquellos que presumen culpables, ignorando importantes eventos y recuentos verificables, y apoyándose a veces en fuentes dudosas o prejuiciosas e incluso documentos falsificados. Aunque este retrato es necesariamente unilateral y cargado de prejuicios, la comunidad armenia lo presenta como si fuera la historia completa y un hecho incontrarrestable».
-¿Por qué o cómo murieron un millón y medio de armenios?
«Estudios demográficos demuestran que antes de la Primera Guerra Mundial, menos de 1,5 millones de armenios vivían en todo el Imperio Otomano. Así, los alegatos de que más de 1,5 millones de armenios de Anatolia oriental murieron deben ser falsos. […] Cada muerte innecesaria es una tragedia. Igualmente trágicas son las mentiras destinadas a inflamar el odio. Los pérdidas armenias fueron pocas en comparación a los más de 2,5 millones de musulmanes muertos en el mismo período. Estadísticas fidedignas demuestran que un poco menos de 600 mil armenios de Anatolia murieron durante el período de guerra de 1912-22. Los armenios sufrieron de hecho una terrible mortandad. Pero, del mismo modo, uno debe considerar el número de muertos musulmanes y judíos. Las estadísticas nos dicen que también perecieron más de 2,5 millones de musulmanes de Anatolia. De modo que los años 1912-1922 constituyen un horrible periodo para la humanidad, no solo para los armenios. […] Toda la evidencia descubierta hasta ahora por los historiadores nos cuenta una sombría historia de serios conflictos entre comunidades, perpetrados tanto por fuerzas irregulares cristianas como musulmanas, agravada por enfermedades, el hambre, y muchos otras privaciones de la guerra. La evidencia, sin embargo, no describe un genocidio».
-¿Qué adjetivo debe usarse para describir la muerte de estas personas?
«El Tratado de Paz de Sevres, que fue impuesto al derrotado Imperio Otomano, requirió al gobierno otomano entregar a las potencias aliadas a la gente acusada de ‘masacres’. Subsecuentemente, 144 altos oficiales otomanos fueron arrestados y deportados para ser juzgados por los británicos en la isla de Malta. Los principales informantes del Alto Comisionado Británico en Estambul, que condujeron a los arrestos, fueron armenios y el patriarcado armenio. […] Los británicos nombraron a un erudito armenio, el señor Haig Khazarian, para llevar a cabo un examen exhaustivo de las pruebas documentales en los archivos otomanos, británicos y estadounidenses para fundamentar los cargos. […] Al concluir la investigación, el Procurador General británico determinó que era ‘improbable que los cargos pudieran ser demostrados en un tribunal’, y exoneró y liberó a los 144 detenidos, tras dos años y cuatro meses de detención sin un juicio. […] A pesar del veredicto de los tribunales de Malta, los terroristas armenios se han comprometido en una guerra vengativa ( vigilante ) que continúa hasta hoy […]».
-¿Hay responsabilidad de los armenios de entonces en lo sucedido?
«Los armenios tomaron las armas contra su propio gobierno. Sus objetivos políticos violentos, no su raza, etnia o religión, los hizo objeto de una relocalización».
-¿Qué se necesita para que los pueblos turco y armenio se reconcilien?
«Un recuerdo imparcial y objetivo de tan dolorosos periodos de la historia es esencial no solo para un mejor entendimiento presente y futuro, sino también para reconocer nuestra deuda de lealtad hacia todos los que sufrieron. […] El mensaje del 23 de abril del año pasado del Presidente Erdogan, acerca de los eventos de 1915, es un reflejo de nuestro entendimiento. Este mensaje es un paso revolucionario en cuanto a su contenido y oportunidad. El mensaje incluye conceptos como ‘condolencia’, ‘respeto y compasión por aquellos que perdieron sus vidas’, ‘empatía’ y ‘dolor compartido’. […] Estamos decididos a dar nuevos pasos hacia la normalización de las relaciones entre las dos naciones. […] Desafortunadamente, Armenia está lejos de participar en este nuevo proceso y no responde positivamente a las aperturas del lado turco».
Fuente: EL MERCURIO, ARTES Y LETRAS, 05 de abril de 2015, portada, páginas E4 y E5